Ser indio en tiempos neoliberales (segunda parte)

Entrevistas a Mardonio Carballo y Francisco López Bárcenas

Por Eliana Gilet / Desinformémonos

 

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Foto: Heriberto Rodríguez

Lo indígena está construido en relación con el otro: Francisco López Bárcenas

Que no hay lucha jurídica que no sea política es lo primero que este abogado, uno de los principales intelectuales indígenas mexicanos quiere dejar en claro. Y como en toda lucha, se precisa una estrategia: quién es el sujeto que la lleva adelante, contra quién pelea y qué estrategia va a emplear, son elementos previos al derecho. De cómo las luchas por el territorio están cambiando al ámbito jurídico también se habla en esta entrevista.

¿Qué papel juega el derecho en la defensa del territorio?

Veo al derecho como un instrumento como puede haber muchos, no único. No lo veo como la institucionalidad que nos enseñan en la escuela. No lo centro en la ley descarnada, ni en las instituciones encargadas de operarla: hay que ver que esto es una lucha de pueblos contra grupos que los quieren despojar. Como en toda lucha, hay que ver quién mueve ese instrumento. No tiene sentido que un pueblo desorganizado vaya a un tribunal porque puede ser que gane el juicio pero no lo pueda ejecutar. La presa de El Zapotillo (en Jalisco) es un caso típico de cómo han ganado cerca de diez juicios pero la presa sigue.

¿Qué fallo en ese caso?

Que no hay un sujeto político que mueva ese instrumento jurídico.

¿Qué necesita ese quién? ¿Cómo es?

Las luchas jurídicas en tribunales necesitan de una estrategia política. No hay juicios que no sean políticos. No centro la importancia o la estrategia en qué prueba voy a ofrecer, sino en cómo voy a llevar el juicio político: entonces la prueba pasa a ser accesoria. Es el caso cuando detuvieron a Nacho del Valle – dirigente de Atenco – y lo recluyeron. Si uno lee la sentencia, es política. No tiene ningún argumento jurídico en ella que diga por qué lo detuvieron y por qué lo soltaron, y la hizo la Suprema Corte, el máximo órgano jurídico. La estrategia es política aunque la forma sea jurídica.

¿Crees que han sido las amenazas las que han hecho que los pueblos echen mano al reconocimiento indígena como estrategia? ¿Por qué?

Hay una falta de entendimiento de cómo lo indígena se ve desde fuera y cómo se ve desde dentro de una comunidad. Yo soy mixteco, pero soy de un pueblo indígena visto desde fuera. Si voy a la mixteca y le pregunto a la gente si son indígenas me van a decir que no, que son mixtecos. Lo indígena está construido en relación con el otro. Internamente, lo indígena no existe como algo material, sino como un concepto que engloba muchas diferencias culturales. No se consideran indígenas porque no están frente al otro. Cuando éste viene a molestarlos, se asumen, porque los elementos jurídicos están construidos a partir del otro y por el otro. ¿Cuándo comenzó Atenco a reivindicar lo indígena? Después de lo del aeropuerto. ¿Por qué? Porque ven que esos son los instrumentos.

Hay pueblos que mueven el derecho de manera tradicional, por ejemplo: Tila. Como su juicio viene de hace décadas, ellos no usaron el argumento indígena, sino el agrario, el comunal. Ganaron. Y ahora la Corte discute si la comunidad agraria Tila tiene derecho a que la restituyan o a que los indemnicen. Sí importa cómo argumentas. No basta tener el machete y saber usarlo, hay que afilarlo también, diría mi padre.

Entonces, el primer paso es el sujeto, el quien; a continuación reconocer contra quién se está peleando, ¿y luego?

Los abogados necesitamos tener mucha inventiva de cómo hacerlo, de qué interpretaciones podemos darle a la ley de manera que acorrale al juez, que no le quede otra que decir: ¿ahora por donde me salgo? Finalmente, la estrategia tiene que plantearse así: ¿está uno peleando contra el que tiene en frente, la empresa constructora o minera, o está uno peleando contra el Estado que apoyó esa obra? La diferencia es grande.

¿Qué hace esa diferencia?

Si le pegas al que tienes en frente, puede que lo derrotes pero que el Estado busque a otro y lo ponga a terminar el proyecto. Atenco: en la primera etapa de la lucha vencieron la idea de construir el aeropuerto pero no acabó ahí. Históricamente el caso que ilustra esto es el del Movimiento 26 de Julio. Cuando descubren en Cuba el Asalto al Cuartel Moncada y los apresan, está claro que son guerrilleros. Una defensa tradicional se hubiera enfocado a quitar lo político y atenuar la pena que les tocaba. ¿Qué hizo Fidel Castro? Asumir la responsabilidad y dar sus razones políticas. ¿Qué hizo eso? Le creó un problema político al Estado, al que no le quedó otra alternativa que sacarlo de ahí. Eso es estrategia. O le pegas al que tienes en frente o le pegas al Estado. Si lo vences, ya no puede volver.

¿Qué estrategias jurídicas te han sorprendido por lo novedosas?

Por el 2005, la relación de la Policía Comunitaria con el gobierno se puso muy difícil. Nos pidieron que los ayudáramos a armar un argumento de que eran legales, pero en aquel tiempo no había ley indígena en Guerrero. Tuvimos que forzar las disposiciones generales de la Constitución, el artículo 2, en dónde dice que como parte de la autonomía tienen derecho a regirse por sus propias normas e instituciones. Entonces, la CRAC es una institución aunque no haya una disposición específica, como ahora hay. Fue una interpretación novedosa.

Es sencillo, primero el sujeto, luego el enemigo, en un tercer paso la estrategia y después como la vas a instrumentar. Ahí recién entra el derecho. Si tienes el sujeto ves qué capacidad tiene, de acuerdo a sus características, su tamaño, su nivel de organización, su historia, su trayectoria de resistencia, sus símbolos, sus apoyos. De la capacidad que tenga cada pueblo, va a surgir la estrategia y en base a sus características, va a medir la respuesta obtenida.

Así como el “ser indígena” es una construcción, ¿se está construyendo una forma indígena del derecho?

Creo que sí. Hubo en la Corte un ministro, Juventino Castro y Castro, a quien le preguntaron porque la corte no se ocupaba de asuntos indígenas, por 1995 o 1996. Dijo una cosa que jurídicamente era correcta, pero políticamente no: que no se ocupaba de esos casos porque los indígenas no los presentaban. En los últimos diez años, los indígenas han ido mucho a los tribunales: a los agrarios, civiles, a los federales, de amparo. Tiene que ver con que hay profesionistas que les interesan sus derechos y han hecho una promoción interesante. ¿En qué sentido se ha ido creando esta idea de derechos indígenas? En la interpretación novedosa de instrumentos. Cuando comencé a hablar de derechos indígenas, en el 95, en los tribunales se sorprendían que invocara tratados internacionales aunque fuera jurídicamente correcto. Con el paso del tiempo los tribunales y abogados se han visto en la necesidad de prepararse.

Los principales cambios en el derecho ante la presentación de casos indígenas se ha visto en lo siguiente:

– en la legitimidad de los pueblos para reclamar sus derechos por ellos mismos, a través de sus propias autoridades, que hace diez años era inconcebible. ¿Cómo que el gobernador tradicional de los Rarámuris va a venir acá? Ahora eso está claro.

– sobre los tipos específicos de derechos que reclaman: ya no están reclamando derechos individuales ni como comunidades agrarias, sino reclamando derechos específicos como comunidades indígenas. El derecho a ser autónomos, a tener territorio, su propio gobierno, a su propio desarrollo y todos los que puedan entender como derechos colectivos de pueblos.

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No es lo mismo ser bilingüe que ser bilingüe

por Yásnaya Aguilar, publicado en el Blog E’px el 2 de octubre de 2015.

He escuchado a varias personas decir que no quieren aprender inglés porque se trata de la lengua de un imperio capitalista. Odiar a las lenguas en sí mismas va en contra de la idea de que a través del entendimiento entre lenguas es posible construir puentes de entendimiento que puedan en algún momento contribuir a la creación de un mundo menos violento. El inglés es también la lengua de muchos pueblos y personas que luchan cotidianamente contra la violencia y contra los efectos de un sistema económico e ideológico que produce estragos en la vida de muchos pueblos y personas. Los sistemas lingüísticos, abstractos y cambiantes, no son los culpables y pueden ser medios que contribuyan a diálogos necesarios. Aprender la lengua de muchos otros es la mejor manera de evidenciar la voluntad de entendimiento.

Si bien esto es cierto, no podemos tampoco obviar el hecho que entre las comunidades de hablantes de las distintas lenguas del mundo median relaciones de poder con orígenes históricos. Por un lado existen lenguas que son legitimadas por Estados-nación y otras lenguas que son o han sido ignoradas, incluso combatidas para ser exterminadas como política pública.

En mi infancia en la sierra norte de Oaxaca, la palabra “bilingüe” significaba para mí mixe-español y se usaba en ciertos contextos con conotación despectiva, los profesores en aquella época recibían menor salario si impartían clase en una escuela del sistema bilingüe y en general estas escuelas eran consideradas como de menor calidad. A estas escuelas se oponían las del sistema “formal”, escuelas en las que se enseñaba solo español, donde los profesores tenían mejores salarios y más prestigio. En uno de mis primeros viajes a la Ciudad de México, me di cuenta a través de carteles y anuncios que la palabra “bilingüe” tenía una conotación positiva y deseable, no se trataba de un bilingüismo náhuatl-español, como creí en un principio, sino de un bilingüismo inglés-español: existían escuelas bilingües, se solicitaban secretarias bilingües y la palabra en general estaba rodeada de un aura de prestigio. Me di cuenta entonces que, aunque cognitivamente sean igual de valiosos, no es lo mismo ser bilingüe que ser bilingüe.

Hace unas semanas, Aurelio Nuño, el secretario de Educación, anunció un programa mediante el cual se pretende cumplir el objetivo de convertir a México en un país bilingüe en unos 20 años. El anuncio de un México bilingüe me tomó completamente por sopresa, en primer lugar porque en los discursos oficiales casi siempre se habla de México como un país multilingüe, como uno de los países con mayor número de lenguas en el mundo y que pertenecen a doce familias lingüísticas distintas entre sí. ¿Si México es un país multilingüe entonces por qué la pretensión expresa de convertirlo en un país bilingüe?

Obviamente se trataba de nuevo de ese bilingüismo privilegiado socialmente: el bilingüismo inglés-español. No se habló de los numerosos hablantes de lenguas indígenas que somos ya bilingües ni de un programa en el que los hablantes monolingües del español puedan conocer y aprender de las distintas lenguas nacionales. Se asumió que el México bilingüe del que habló el secretario Aurelio Nuño es el del inglés-español.

Por otra parte, sabemos que México es un país multilingüe pero sus habitantes no lo son, la discriminación histórica hacia las lenguas indígenas ha impedido la construcción de sociedades multilingües y ha privilegiado la creación paulatina de sociedades monolingües en español. La enseñanza del inglés me parece un objetivo noble, sin embargo parece plantearse desligado de una política lingüística integral que contemple todas las lenguas del país. No podría decirse entonces que el objetivo es construir un México bilingüe sino un México multilingüe.

Hay que considerar también que hasta ahora la enseñanza del inglés tiene implicaciones clasistas. Mientras que en otros países se asegura el aprendizaje de esta lengua después de ciertos años en el sistema educativo, en México se invierten años en clases de inglés con casi nulos resultados. Muchas personas tienen que aprender inglés pagando escuelas privadas.

Mientras el Estado mexicano sigue desatendiendo un país plurilingüe, pretende construir un México bilingüe. El diseño de las políticas lingüisticas tiene que ser integral y deben considerarse todas las lenguas involucradas en diferentes pueblos, regiones y situaciones. Observando los usos y costumbres lingüicidas de las políticas públicas pareciera que, por un lado, se pretende terminar con las lenguas indígenas creando sociedades monolingües a las que después se les pretende aplicar un proceso para convertirlas en bilingües inglés-español, porque, como ya se ha visto, en este país no es lo mismo ser bilingüe que ser bilingüe.

¿Cómo hablamos español los indígenas? De Tizoc a Toro sentado

por Yásnaya Aguilar, publicado en el Blog E’px el 28 de mayo de 2015

Platicando con un investigador del pueblo sami, me hizo saber que uno de los reclamos del Parlamento sami al Estado noruego era que, en los encuentros que sostenían, la lengua sami fuera también utilizada como lengua de interacción y discusión; pedían también que estos encuentros se realizaran en territorio sami y no siempre en la capital de Noruega, Oslo. A ellos les parecía injusto que, en un intercambio que quería publicitarse como intercultural, solo se utilizara la lengua de una de las partes, la del gobierno noruego. Sostenían que, para lograrlo, se necesitaba tomar una serie de acciones pero que de ningún modo les parecía algo imposible de cumplir, los encargados de “parlamentar”[1] con el pueblo sami debían al menos tomar clases de la lengua de este pueblo y eso no lleva demasiado tiempo. Con un poco de esfuerzo, en un par de años los funcionarios podrían estar conversando en sami. Es algo factible, perfectamente posible y un reclamo por demás justo.

Los dichos de la ahora famosa llamada telefónica del Consejero Presidente del Instituto Nacional Electoral (INE), Lorenzo Córdova, me hicieron pensar, entre otras cosas, sobre el establecimiento de las relaciones lingüísticas entre interlocutores del gobierno y de los pueblos indígenas. En este contexto de abierto desprecio sistemático a las lenguas indígenas, un reclamo como el del pueblo sami parece impensable de lograr, lo que, por desgracia, nos impide saber cuál sería el acento de Lorenzo Córdova en chichimeco Jonaz, lengua de la familia otopame. En un país con tanta diversidad lingüística, lo natural sería que las personas fueran políglotas. Imaginen el acento de Lorenzo Córdova en náhuatl, en maya o en chinanteco, por poner ejemplos de familias lingüísticas contrastantes.

Por otro lado, ¿cómo es el español que hablamos los indígenas? Aprender una segunda lengua es un proceso complejo en el que median diversos factores. Al transitar a una segunda lengua, las características de nuestra lengua materna suelen proyectarse y eso depende de los rasgos gramaticales de los idiomas involucrados. Una persona que tiene por lengua materna el inglés, sin marcas de clase en el sustantivo, tendrá ciertos problemas para realizar esa distinción que sí existe en el español y que se marca tanto en los artículos como en los adjetivos, un hablante con estas características tendrá problemas sobre todo con sustantivos que no terminan con a/o: el curiosidad, la abordaje temprano, por mencionar algunos ejemplos. Este problema no se presentaría si ese hipotético hablante de inglés aprendiera mixe, no sería relevante en su “manera” de hablar mixe pues ambas lenguas comparten el hecho de no marcar género.

Cuando estaba aprendiendo español, la estructura de las frases de posesión de mi lengua materna se imponían sobre la segunda, calcaba la estructura del mixe con palabras del español: Juan su casa, decía yo, en vez de La casa de Juan. ¿Qué se podría decir de mi español? ¿Qué se hubiera podido decir de la manera en que hablo un idioma que tiene la misma estructura que mi lengua materna? Las “equivocaciones” que cometemos al hablar un segundo idioma dependen en gran parte de las características de nuestra lengua materna y las características de la lengua de llegada. La entonación con la que pronunciamos las palabras de los idiomas que aprendemos se ve influida por la entonación de la lengua o de las lenguas que adquirimos primero en nuestra infancia. Como hablante de mixe, mi forma de hablar el chinanteco será muy distinta de la forma en la que un hablante de japonés lo haga, así como el acento de un hablante de francés es muy distinto al hablar español del acento de un hablante de inglés al hablar el idioma en el que escribo estas líneas.

No existe entonces un español indígena. Existe, en todo caso, un español mixe, un español hablado por maya hablantes, un español hablado por hablantes de japonés o un español con acento de hablantes nativos de tepehua. Si en México existen muchísimas lenguas que pertenecen a doce familias lingüísticas contrastantes entre sí, existen también tantas posibilidades distintas de acentos del español. Aún cuando el filtro del racismo y la discriminación crean estereotipos en los que todos los indígenas de Mesoamérica hablamos español como Tizoc y los indígenas del norte como Toro Sentado (el personaje de ficción por supuesto, no el legendario Tatanka Iyotanka, jefe del pueblo sioux que fue asesinado por agentes del gobierno norteamericano), lo común en los acentos, así como en las lenguas, es la diversidad.

¿Por qué un hablante de rarámuri tendría que hablar español como un hablante de chichimeco Jonaz siendo ambas lenguas tan distintas y de raíces lingüísticas sin ninguna conexión? Ningún indígena habla español como Toro Sentado porque, al aprenderlo en el uso, nadie conoce primero los verbos infinitivos del español en lugar de los verbos conjugados. No hay manera de que un hablante de chichimeco Jonaz, ni de ninguna otra lengua indígena pueda decir “Yo sabotear elecciones”. Eso no existe, esa es una creación de los doblajes que se hacen de películas del lejano oeste al español.

Desde esa óptica, desde todos esos filtros y desde todos esos prejuicios interiorizados es que el Consejero Presidente del INE pudo emitir sus dichos. Lo que a Lorenzo Córdova “sorprende” del habla del jefe chichimeco no es su acento de español. Lorenzo Córdova no se mofó ni siquiera del español que habla una persona que tiene el chichimeco Jonaz como lengua materna (¿cuál es, entonces, el acento que un hablante de chichimeco Jonaz tiene cuando está aprendiendo español?), se burló de su propio estereotipo lingüístico, el que proyecta sobre los pueblos indígenas, el del habla de un Toro Sentado caricaturizado en su imaginación. Solo por esa razón es que le parece digno de Crónicas Marcianas, de otro planeta y no de pueblos con los que se ha convivido por quinientos años.

En una sociedad verdaderamente multilingüe en el que los habitantes del país fueran políglotas en las decenas de lenguas indígenas mexicanas, sería natural saber cuál es el acento de un hablante de español al aprender totonaco, el de un nativo hablante de zapoteco al aprender huave o el de un hispano parlante al aprender mixteco. Mientras eso no suceda, los mexicanos como Lorenzo Córdova solo nos oirán como Tizoc o como Toro Sentado sin los cientos de matices que las lenguas tienen (incluyendo el español: Pepe el Toro, Cantinflas y el español normal), seguirán oyéndonos a través de la simplificación de sus prejuicios lingüísticos.

También hay que considerar que, dependiendo de ciertos factores, al culminar el proceso de aprendizaje de una segunda lengua es posible que una persona adquiera todos los rasgos de alguno de los muchos acentos de esa segunda lengua: un mixe hablante que al hablar español adquiera el acento del español yucateco, un hablante de guarijió que aprenda español norteño, un hispanohablante que al aprender mixe adquiera el acento específico del mixe de Ayutla. No hay acentos neutros ni normales.

Sirva este episodio para reclamar algo justo: si los pueblos indígenas van a “parlamentar” con los agentes del gobierno mexicano conviene que estas interacciones se den también en sus lenguas. Creo que podríamos tener el tino de no mofarnos de sus acentos como gesto de buena voluntad. Con un poco de esfuerzo, en un par de años el Consejero Presidente del INE, e investigador con licencia de la UNAM, podría estar conversando en chichimeco. Es algo factible, perfectamente posible y un reclamo por demás justo.

 

[1] Debo el uso de este verbo al periodista mapuche Pedro Cayuqueo, a quien conocí gracias a las siempre interesantes lecturas que me recomienda la politóloga mixe Tajëëw Díaz Robles. Ella mC habló de las implicaciones de usar este verbo.