¡No le llamen Neoliberal!
Una ciencia al servicio de las empresas
Víctor M. Toledo
Publicado Originalmente por La Jornada, en junio de 2020
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En contraste con los países industrializados, donde la ciencia realiza con eficacia su rol al servicio del capital, en los países en vías de serlo aún se mantienen islas o burbujas de ciencia al servicio de sus sociedades (en sus universidades y tecnológicos públicos). Sin embargo, conforme el capital corporativo se expande e incrementa su influencia, estos bastiones de pensamiento científico independiente van cayendo uno a uno y la tecnociencia termina dominando irremediablemente.
A diferencia de otras disciplinas, como la química, la física, la biomedicina, la biotecnología, la genómica o la nanotecnología, la ecología, que lleva como objetivo central el estudio de la naturaleza y, en consecuencia, su defensa y protección, no es tan fácilmente cooptable, porque el capital es, en esencia, una fuerza de destrucción del mundo natural. Existe en principio una contradicción aparentemente insalvable entre capital y naturaleza, de tal suerte que la viabilidad de la llamada economía verde, la fórmula propuesta para “salvar a la naturaleza haciendo negocios”, es una ficción más. Es por ello que empresas y corporaciones optan por realizar actos glamorosos de prestidigitación: lavan su imagen (green washing) mediante intensas campañas publicitarias, apoyando proyectos y publicaciones, volviéndose mecenas de premios y reconocimientos, y, en fin, buscando legitimarse mediante la cooptación de celebridades del mundo académico.![](https://ojodeaguacomunicacion.org/wp-content/uploads/2020/10/greencola-300x147.jpg)
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Todo lo anterior ha estado sucediendo puntualmente en México con una particularidad: en el país un desusado número de sus más notables investigadores en ecología se han prestado a apoyar a los principales corporativos de manera acrítica. Ya en artículos anteriores mostré el doble juego (depredan y destruyen al mismo tiempo que se hacen empresas verdes) de corporativos como Cemex, Bimbo, Telmex (y la Fundación Slim), Walmart, Grupo México, Coca-Cola y notablemente Volkswagen, cuya enorme campaña ambiental “por amor al planeta” se convirtió en un gran odio: la compañía adulteró por años los filtros anticontaminantes de los motores de millones de autos.
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Estos servicios de lavado de imagen alcanzan la dimensión de un gigantesco fraude científico en el proyecto de reforestación y captura de agua iniciado hace casi 10 años por unas 30 empresas en al menos cinco parques nacionales (Popo- Izta, La Malinche, Pico de Orizaba, Monarca y Cofre de Perote), con la anuencia y complicidad de la Semarnat, la Conanp y la Conabio. Entre las empresas destacan Audi, Bimbo, Cervecería Modelo, Volkswagen, Bentley y Televisa. Este proyecto, sin base científica sólida, permitió a las corporaciones propagandizar la reforestación de cientos y miles de hectáreas en esas áreas protegidas, en terrenos donde naturalmente no crecen árboles, sino pastizales (como en las 3 mil hectáreas del Paso de Cortés), y bajo una técnica (tinas ciegas) que provoca azolves y erosión (ver video).
Frente a esta gran complicidad entre instituciones públicas medioambientales, empresas, corporaciones y renombrados ecólogos mexicanos brotan las preguntas como hongos. ¿Por qué la falta de escrúpulos derrota el rigor académico y la ética ambiental de investigadores famosos? ¿El poder siempre devora el conocimiento? ¿No deberían las instituciones y colegios académicos establecer códigos de ética? Y, en fin, ¿es válida una ciencia sin moral? ¿Una ciencia sin conciencia?